UNA PLEGARIA…
“La plegaria, entendida y aplicada adecuadamente, es el instrumento más potente para la acción” Mahatma Gandhi
Dirigirse a la Divinidad con palabras que han sido nutridas por el corazón, seguramente habrá de generar eco. Pero más aún cuando ese diálogo y esa súplica son sostenidos, al unísono, desde la convicción de que “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos…”
En momentos en que la penumbra pareciera anidarse, la intervención de la Fe resulta primordial, más aún si parte de la gratitud y la serenidad y no del agite y la fricción. Son necesarios el recogimiento y el silencio para que el Espíritu se manifieste y la voz surja del templo interior en señal de expansión de la Conciencia Mayor, desde la común unión y la tranquilidad que solo son dadas por la sabiduría, donde mora la posibilidad de que la entusiasta petición sea escuchada.
Arrodillarse en señal de humildad, con las palmas orientadas al cielo y luego recogidas en el centro del amor, nos permite acunar esa semilla que, con certeza, germinará esperando ser cultivada para que al final la cosecha sea la justa. Entonces comprenderemos que la ferviente devoción será la antesala del ritual de esa conversación con Dios que habíamos aplazado y tal vez así dejaremos de navegar a la deriva para retomar el timón de nuestras ilusiones y avanzar hacia lo indivisible e inmensurable.
En la plegaria está la oportunidad de beber de la copa del presente para saborear la alegría y así profundizar para revelar lo invisible, inscrito en ese único tiempo. Está también la posibilidad de contemplar el arco iris de las emociones que construyen y edifican, donde el alma juguetea y se divierte desde la inocencia, en la que no tienen cabida la culpa o el juicio y por ende tampoco la discordia o el desacuerdo. Asimismo, en ella el egoísmo se diluye porque priman la fuerza y el deseo de lo colectivo para dar vida a la sombra y renacer a la esperanza.
Ascender a la montaña sagrada para que la palabra vibre en actitud de oración, es simplemente reconocernos criaturas frágiles y tremendamente vulnerables. Pero al llegar a su cima, podremos recuperar la confianza que permita que estalle la paz interior para poder ser portadores de la verdadera esencia, aquella en la que la unidad se replica caprichosamente.
Que hoy, más que nunca, podamos elevar esa plegaria como humanidad…
Alejandro Posada Beuth