MÚSICA
Imagen de Bananachan Nihongo en Pixabay
“La música es el vino que llena la copa del silencio” Robert Fripp
Cuando las notas danzan al ritmo del corazón y son escritas en el pentagrama como dictados del alma, cuando el oído se divierte y vincula lo mágico con lo Divino, cuando la pasión y la sensualidad se conjugan para engalanar el repertorio melódico del verdadero Ser, cuando cada acorde vibra en lo profundo, cuando las palabras se enaltecen y dialogan con cada compás, cuando el silencio se convierte en el hilo invisible que nos conecta, surge en nosotros la música interior que nos masajea deliciosamente, al mismo tiempo que nos estremece ante la certeza de estar vivos.
Un sonido armónico, una percusión, unos vientos o unas cuerdas que se expresan magistralmente cuando alguien se deleita al rasgar una guitarra o al imprimir la fuerza precisa que pulsa las teclas del piano, logran despertar afectos que hacen cambiar nuestra corporalidad y aún nuestras emociones al evocar registros que quedaron plasmados en la banda sonora de nuestra vida.
La música es un vehículo de la alegría, es una manera de acortar distancias, inspirar compañía y recuperar el sentido. Cuando la voz emerge entonando unos versos que tal vez las musas se tenían guardados, entonces se tocan las fibras más sensibles y los sentimientos se ponen a flor de piel para que, sin tapujos, se asome nuestra mejor versión al ritmo que mueve la esencia de lo que somos. Es así como el alma susurra en un canto con dulces matices como una muestra clara de que en nosotros habita el germen de esa fiel compañera de bohemia.
Cada célula genera ecos de ecos que oscilan caprichosamente con la música y emanan entre llantos y sonrisas, entre lamentos y suspiros, para ampararse luego y encontrar cobijo en los recuerdos. Entre la penumbra y el amanecer siempre existen una nota, un acorde o un tono, que nos recuerdan las sensaciones más intensas y nos llevan en el viaje del tiempo con la cadencia y la medida precisas.
Sin duda alguna, la música va pintando paisajes y escenarios con cada compás, agregando colores al lienzo que nos presenta la vida paso a paso y que nos guía al encuentro de las almas que se entrelazan en la urdimbre de historias que no terminan.
Que cada canción, cada voz, cada instrumento, cada partitura, sean portadores del idioma de los sueños para seguir palpitando con la ilusión de ser el fiel reflejo del fuego que nunca se apaga y que alimenta la música interior…
Alejandro Posada Beuth