VIVIR EL INSTANTE
“La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento” Kevin Bisch
Vivir el instante es vivir en presencia, en el “a-hora” (sin tiempo), es renunciar a las connotaciones de lo ya sucedido o lo por venir. Es la posibilidad de hacer honor a la verdadera dimensión de un momento excepcional que, por serlo, de manera inevitable ha quedado registrado en las profundidades de nuestro corazón. Es despertar la conciencia para estar verdaderamente atentos a la expansión creativa, sin fraccionar la realidad. Es vibrar con el conocimiento más que con el dogma. Es salir del sueño para sentir la vida e intrínsecamente experimentarla desde la plenitud.
Observar en silencio es disipar la sombra o la confusión, dominando al pensamiento en búsqueda de la claridad. Eso es vivir el instante: salir de la inquietud para entrar en la paz reservada al recogimiento y reconocer así la grandeza de la existencia que en ocasiones solo es valorada cuando se ve amenazada. No es, ni mucho menos, renunciar a proyectarse al futuro o pasar de manera superflua cada día. Es más bien, comprender que en cada segundo está inmerso un milagro digno de ser considerado.
Vivir el instante es ir más allá del tiempo y el espacio, donde la cercanía solo se mide a través de las matemáticas del corazón. Donde existe una sensación de comunicación permanente con la esencia hasta el punto de que la recompensa está en descubrir la sabiduría emocional, en traspasar la penumbra de los días grises desde las instrucciones para el aprendiz y desde los desafíos para el guerrero interior.
Vivir el instante es dejar ir con integridad y respeto, es moderar la intensidad de las sensaciones, es fluir sin atesorar para no engendrar frustraciones. Es también, avanzar sin la presión del calendario y con la certeza de hollar el sendero en el sentido en que la balanza se inclina a favor de los actos que revelan al verdadero ser que siempre custodia la expresión de la libertad, comprendiendo los reductos inviolables, el honor y la consideración.
Es por esto que, en el instante, la intimidad y la privacidad recuperan el carácter de lo sagrado. La escucha reivindica la importancia del otro y se exaltan dignamente y con el mejor de los criterios, los atributos ajenos que, al fin y al cabo, son pertenencia de la humanidad.
Que, en adelante, vivir el instante nos permita reconocer la obra perfecta que somos…
Alejandro Posada Beuth