LÁGRIMA
“No sé yo que haya en el mundo palabras tan eficaces ni oradores tan elocuentes como las lágrimas” Lope de Vega
La vida es un continuo vaivén entre el placer y el dolor. Cada emoción es una clara expresión de que nuestro día a día está rebosante de oscilaciones. Las lágrimas parecieran amortiguar esos movimientos para mediar entre la alegría y la tristeza o la debilidad y la firmeza. Más que a los ojos, a través de estas “gotas sui géneris” se lubrica y purifica al alma, porque finalmente se convierten en esa especie de bálsamo que refresca y renueva sentimientos y colecciona ilusiones.
Cuando derramamos una lágrima, cambia el enfoque porque se lustra la lupa con la que miramos nuestra existencia y se expande la conciencia. Es entonces el momento en que cerramos los ojos para mirar hacia dentro, modificando así las perspectivas y eliminando las distracciones. Cambia la fascinación por el riesgo con cautela; surge el interés de aprender y con él la inspiración y los logros; se inculca la confianza y se desencadenan la perseverancia y la valentía para robustecer lo esencial. La mentalidad se torna motivadora y audaz.
Por todo esto, las lágrimas expresadas desde cualquier polo de las emociones, necesariamente cambian el inventario de lo personal y es, a partir de ello, que comenzamos a superar las diferencias, a confabularnos con la paz interior, a renunciar al control, a jerarquizar lo prioritario, a derrumbar fronteras, a sembrar fantasías y a recuperar el sol en nuestras miradas.
Esbozar una lágrima no es claudicar ni rendirse: es más bien un signo de sensibilidad y fortaleza interior que reconoce vulnerabilidades, más no resignación. Es vencer resistencias y alinearse para liberar pensamientos preconcebidos y permitirse fluir con determinación en dirección de aspiraciones o anhelos, con la confianza de que todo está en camino. Es comprender que las pequeñas metas tenían un propósito mayor. Es trascender lo trivial y reconocer los principios para disfrutar del itinerario hacia el viaje interior. Es darle rienda suelta a los potenciales para salir del automatismo y la costumbre. Es dejar atrás las doctrinas para alejarnos del abismo de lo irracional. Es sentir que la ternura es preponderante y que la arrogancia y lo jactancioso ya no tienen cabida.
Dejar rodar esa lágrima es intuir que a la noche sigue el día y que por eso la espera paciente conduce a la serenidad y a lo impasible…
Alejandro Posada Beuth