LA MAREA
“Solo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo” Warren Buffett
Cuando la luna besa al mar y sube la marea es señal de plenitud y abundancia que abre las puertas al alma. Más allá del oleaje, se dibujan lo eterno y lo infinito, lo inefable y lo perfecto. Las ondas desvanecen o elevan a su antojo lo que encuentran a su paso y juegan de manera caprichosa, unas veces con furia y otras tan serenas que parecieran estacionadas en el tiempo, divirtiéndose mientras se sienten observadas.
Por momentos la marea despeja las incógnitas y lleva a lo profundo preocupaciones o angustias e incluso, a su regreso, trae consigo respuestas después de consultar en ese misterio de lo insondable dejando planteados los nuevos interrogantes, a sabiendas de que siempre la ida advierte el regreso, haciendo que las lecciones sean más leves y el aprendiz más sediento para refinar sus habilidades.
Es entonces cuando el dolor puede ser un revelador del amor o cuando un simple destello puede encender el fuego. O cuando la agitación es derrotada por la paciencia y la calma. O, quizás, cuando el ser único que somos se muestra sin tapujos ni maquillajes. Es también cuando se goza con cada peldaño recorrido desde la coherencia, para que quede atrás el mártir que se camufla en la víctima. O cuando la espontaneidad y la autenticidad anuncian la expresión del ingenio. O cuando se renuncia a la búsqueda de aprobación para ser simplemente lo que somos y apreciarlo desde el libre vuelo. O cuando la palabra llega en el momento justo para reverenciar la presencia del otro. O, asimismo, cuando se renuncia a observar las manecillas del reloj como signo claro del gozo del instante que no termina porque el niño interior ha despertado.
La marea se observa a sí misma, unas veces desde dentro y otras desde la superficie para comprender de equilibrio y armonía. Disfruta del sonido de sus olas pero también de la pausa antes del retorno. Cuando sube se jacta de su fuerza y poderío, pero cuando baja lo hace desde su humildad que trasciende cualquier límite para disponerse de manera correcta en un acto de devoción y de fe que observa sin perturbar y escucha sin interrumpir porque en el silencio habita el sabio. Además, expresa sin herir porque valora y honra con cada palabra la presencia del otro.
Que la marea interior mantenga la dicha de sentirnos vivos y que, con cada movimiento, asistamos maravillados al milagro de la vida. Que nunca se detenga para que la rutina no tenga cabida y que el asombro nos acompañe siempre…
Alejandro Posada Beuth