LA INOCENCIA
“La pureza radica en la originalidad. La intuición radica en la inocencia”
Yogi Bahan
Algo tan simple como abstenerse de hacer daño, ser rectos, justos e imparciales y partir de una mirada desprovista de prejuicios, puede hacer que las cosas se tornen más leves y que nuestras suposiciones pierdan peso dando paso al ser inocente que reside en nuestro interior para conectar fácilmente con la esencia misma de lo que somos y reflejar transparencia y placer.
Más allá de la ingenuidad, una sana intención que proviene de un corazón bondadoso y compasivo, nos lleva a que florezcan en nosotros las mejores virtudes para ir depositando en la memoria, acciones que permitan clausurar expectativas mezquinas y preservar la fortuna de quien, llegada la noche, puede conciliar el sueño apacible y tranquilo ante la ausencia de remordimientos y, al día siguiente, mirar a los ojos del otro con la calma y la confianza del ser imperturbable.
Ante la carencia de culpa surgen la sorpresa, la ilusión o la imaginación suficientes como para que cada día se convierta en una historia repleta de matices por describir y que han de revelar la pureza y pulcritud de quién ha sido incólume en cada acto y portador de la vedad. De allí emerge la real inspiración que solo llega cuando la piedra es retirada del camino y deja de ser obstáculo o cuando el sentimiento es la profecía argumentada desde el regreso al centro.
La inocencia acompaña a la osadía del primer día, ese en el que nos atrevimos a encender el fuego del intento desconociendo las reales posibilidades, pero con el sueño firme del logro. Representa también morir al temor y contemplar la victoria en la que las campanas anuncian que el misterio fue derrotado y que ya no somos cautivos del temor. Es dejar la distracción y enfocarnos en el espejo que disuelve lo turbio y muestra la inmensidad del paraíso en el que habitamos desde siempre. Es descansar de las contradicciones y quedarse en la leyenda de los plazos aplazables. Es comenzar con cada latido en señal de excitación para conquistar el viajero que no se resigna a renunciar a su destino. Es, además, respirar los aromas fugitivos para volver a ser niños.
El ser inocente no sabe de cadenas ni las reconoce porque no identifica límites. Escucha el murmullo que lo impulsa con la confianza suficiente y la fuerza insobornable para llegar a la cima, sin visos de arrepentimientos y con la certeza del deber cumplido…
Alejandro Posada Beuth