LA FORTUNA
“Los brazos de la fortuna no son largos. Suelen apoyarse en quien más se acerca a ella”
Séneca
Más que la suerte, la diligencia y la prudencia suelen ser los mejores aliados de la fortuna. Más allá de las posesiones o los bienes, la vida adquiere su categoría de sublime cuando virtudes como la templanza, la justicia o la caridad se acercan para quedarse. El verdadero patrimonio radica en la posibilidad de disfrutar a plenitud de la balanza de las emociones para recoger el encanto de la paz y la serenidad interior, como fruto de una conciencia transparente y honesta.
Borrar las derrotas desde la capacidad de aprendizaje, cicatrizar viejas heridas desde el perdón puro y legítimo, enriquecer la mirada desde el filtro del corazón, apreciar la compañía alegre de quien nos habla sin tapujos, olvidar lo que no sea esencial y edificante, romper ataduras que coartan el libre vuelo, recuperar los anhelos para ponerle caducidad a los sueños, nacer a nuevos sentimientos y sensaciones, recuperar el nido donde moran la paciencia y la comprensión, complacerse y divertirse con lo elemental y lo sencillo, reconocer como una victoria la conquista de los propósitos altruistas: todas estas son, sin duda, muestras claras de la verdadera fortuna.
Relevar también a quien es vencido por la fatiga y hacerlo por el mero placer de servir es otra forma de probar las mieles de la ventura. Como lo es decir adiós a lo que nos aleja de lo primordial, o ser testigos del paso de la espina a la rosa y aceptar sin resistencia los retos que engrandecen y realzan el Espíritu. O inspirarse desde la materia prima de una sonrisa o desde la levedad de quien ha renunciado a la culpa. Distraerse y permanecer absortos con lo que nos sorprende e ilusiona. Ver en el amanecer la promesa inscrita de quien celebra la vida sin el peso de los remordimientos.
Cuando cada segundo cuenta, cuando se celebra el regreso, o cuando se clausura el día con la satisfacción de la labor realizada, o cuando se tuvo la osadía de desafiar los imposibles, las distancias se acortan y la fortuna toca a la puerta. Basta abrirle y creer en ella, cultivarla y acogerla. Esto es imaginar sin límites, es recuperar la valentía y pulsar con los destellos y los brillos de las travesuras, para dar paso a la inocencia donde el reloj solo marca el presente. Es dejarse llevar por las olas y observar a través del prisma de las certezas con licencia para recrearse en lo mejor de la existencia y vestirse de optimismo para la gala que celebra la biografía de quien siempre tiene una “excusa” para gozar…
Alejandro Posada Beuth