LA AMBICIÓN
“La causa suprema de la miseria es el deseo de poseer y conservar lo poseído” Buda
La legítima defensa de la ambición tiene sentido cuando quedan relegadas la avaricia y la codicia. En cambio, emerge el deseo de superarse, de lanzar el corazón tras las metas, de expresar con vehemencia las aspiraciones más altas, de llegar tan lejos como la imaginación lo sugiera. Es cuando una buena dosis de determinación, constancia y dedicación son imprescindibles.
Confundimos frecuentemente la ambición con mezquindad y hasta con ruindad. Pero en los mejores términos, ésta derrota la mediocridad y evita ver el error como fracaso y más bien cuestiona y edifica a partir de los yerros. Cambia el desacierto por un nuevo intento y llama a los retos a hacer parte del equipaje para que los anhelos sean saciados al alcanzar la cumbre de los mayores designios.
Más que con la competitividad desmedida, la correcta ambición se asocia con la necesidad de elevar los niveles de exigencia para que cada peldaño escalado sea el reflejo nítido del esfuerzo realizado y ahora compensado desde la reciprocidad. De esta manera el velero no riñe con el viento sino que se hace aliado de él para navegar, con vigor y sin titubeos, hacia el puerto de las conquistas. La valentía es requisito esencial para no desfallecer o resignarse. Todavía la ilusión es cómplice y pretexto para continuar, porque es claro que ha de seguir rodando la película y solo se bajará el telón cuando mueran la fantasía, el deseo o la pasión por lo que ya fue inscrito como un clamor.
Todo pulsa en nuestro interior al momento de querer liberarnos de las amarras cuando se despierta la ambición. El alma llama desde su sabiduría para que el destino por revelar vibre con lo más sublime y mitigue las deficiencias. O para que la balanza se incline hacia los desafíos y no hacia a los conformismos. O para que se acalle al desaliento y resurja la esperanza. O, quizás, para que el mañana derrote al ayer y la osadía a la cobardía. Es así como los aparentes reveses comienzan a cobrar sentido porque en ellos está inmersa la lección que permite acoger al aprendiz que es quien disfruta de la reserva y el sigilo y no recurre al estruendo o al rumor porque sabe que eso es del necio e incapaz.
Que nuestra miseria no sea puesta al descubierto por el deseo de poseer. Que lo breve venza a los excesos, que el tiempo se detenga en el presente del verbo amar como la más grande de las ambiciones y que se labren las riquezas cuantificadas desde la benevolencia humana…
Alejandro Posada Beuth