CÓMPLICES
“El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad”
Giovanni Papini
Un perfecto código que nos hace confidentes en la fascinación de una compañía profunda que intuye y siente desde lo insondable. Un lenguaje íntimo que es interpretado desde el silencio porque el encuentro ya existía desde mucho antes. La convicción de ser uno en ese sueño impostergable. Secretos inéditos que ahora el alma interpreta sin la necesidad de ser narrados. Rutinas reemplazadas por el asombro y la delicia de contemplar juntos cualquier cosa que ahora resulta ser extraordinaria. La necesidad de cuidar del otro porque ya es esencia de nuestro ser. El encanto de una conexión que invita a cruzar la vida sin temores porque a su lado se disipan los imposibles: ¡Eso es ser cómplices!
Afinidad sin límites porque es un solo corazón el que siente. Dar por terminada la búsqueda porque ahora es la certidumbre la que habita al interior. Acuerdos implícitos porque las discusiones se diluyen en un beso. Promesas de colores porque la cercanía ya es garantía de matices todos nuevos. Derroche de suspiros porque ahora, hasta el frío de los momentos complejos y las noches sin estrellas, es compartido. Anhelos que nos despojan de codicias y alucinaciones para beber los sorbos de lo simple, donde mora Dios. Instintos que despiertan la hoguera de la provocación para fundirnos en un abrazo: ¡Eso es complicidad!
Contener el yugo de la memoria para dar paso a las vivencias que aún esperan impacientes a que se abran las puertas de la tentación. Camuflarnos en acordes y melodías para tener el privilegio de escribir juntos la partitura del nuevo amanecer. Disfrutar sin condiciones la aventura de embriagarnos en el hechizo del tiempo pretendido, para luego descubrirnos en el remanso de la plenitud. Intentar de nuevo lo que parecía esquivo para instalarnos en la fuente de las determinaciones y la fe. Ser artífices de los aromas y fragancias que insinúan el olvido de lo no indispensable: ¡Eso es ser cómplices!
Llevar de nuevo el brillo a la penumbra y la melancolía para que, en adelante, solo sean testigos de que era posible levantar el vuelo. Encontrar el paraíso de la libertad en el auxilio y la solidaridad porque es cuando, por fin, comprendemos que en el servicio reside el verdadero gozo. Encender el candil que evoca el fulgor del halo misterioso con destellos de vida que se desprenden de lo que parecía el ocaso, porque al final siempre hay una luz. Llenarnos de motivos para que el vacío sea solo el preámbulo del abrigo para quien añora la palabra de aliento: ¡Eso es complicidad!
Alejandro Posada Beuth